Ellas no caminan solas, la historia de la primera caminata de Madres de la Plaza de Mayo
Un 30 de abril de 1977, en tiempos de la sangrienta dictadura cívico-militar, un grupo de mujeres se animó a pedir por la suerte de miles de ciudadanos que habían sido secuestrados y desaparecidos. Alrededor de la histórica Pirámide de la Plaza de Mayo, un puñado de locas -como las bautizara uno de los carniceros del feroz régimen- fueron empujadas por la policía a caminar porque las concentraciones estaban prohibidas. Así, los pañuelos blancos dieron vueltas en una protesta y reclamo que conmovió al mundo. Esos pañuelos blancos se multiplicaron y recibieron el acompañamiento de una basta porción de la sociedad argentina. Hoy, el reclamo sigue siendo por Memoria, Verdad y Justicia, con la esperanza de haber dejado atrás los 4 años de negacionismo de Macri y del gobierno de Cambiemos.
En tiempos de cuarentena por la pandemia mundial del coronavirus, la Argentina vive un momento de aislamiento social, preventivo y obligatorio. Pregoneros realizó un encuentro imaginario con Nora de Cortiñas y Hebe de Bonafini, referentes de la lucha por los derechos humanos en estos últimos 43 años. Este cronista conversó tiempo atrás con estas luchadoras y de esas entrevistas seleccionó cada uno de los relatos acerca de la primera caminata alrededor de la histórica Pirámide de la Plaza de Mayo.
Una de las referentes de la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Nora Morales de Cortiñas, hizo referencia al contexto que rodeó a esa caminata, "en ese momento se cumplía un año ya de la dictadura militar cuando una de las madres, Azucena Villaflor de De Vicenti, -en una de las tantas gestiones que se hacían en la Vicaría de la Marina, que atendía un monseñor con sotana y botas, monseñor Graselli- ella propuso ante tanta humillación que nos querían hacer pasar ahí con respuestas terribles, diciéndonos que nuestros hijos estarían marcando a otros amigos o que se habrían ido con otra mujer porque esa no le gustaba, o porque querían escaparse y salir".
Otra reconocida integrante del movimiento de las madres, Hebe de Bonafini, de la Asociación Madres de la Plaza de Mayo, le contó al cronista cómo fue esa primera ronda alrededor de la Pirámide, en plena dictadura. "Fuimos la primera vez catorce madres -éramos muy pocas-, dijimos con tantos desaparecidos que hay, es mejor que juntemos a otras. Cada una se responsabilizó de traer a otra madre, y poco a poco fuimos trayendo más madres para firmar la carta, que no marchábamos ni caminábamos en la Plaza, hasta el mes de junio. En el mes de junio vino la Policía, estábamos todas reunidas en un banco, algunas llevábamos un tejido -yo me iba de La Plata con otras madres-. Llenábamos un vagón de tren, 40 madres veníamos de La Plata a tejer y a esperar a las otras madres".
Nora hizo referencia a la figura de la recordada Azucena Villaflor, "tuvo la idea de que nos encontráramos en la Plaza de Mayo para desde allí tratar de ir a la Casa de Gobierno y hacer las gestiones todas juntas. Una frase de Azucena que era todas por todos nos llevó a empezar a reunirnos el 30 de abril de 1977, cuando ya había en la Argentina miles de desaparecidos también". Explicó que "se hacían también gestiones en cuarteles, Ministerio del Interior, iglesias, Episcopado. Ya había algunas madres que por ahí se habían cruzado en Tribunales. Pero, la idea de estar en la Plaza una vez por semana fue de Azucena". Expresó que "la primera vez fueron 14 madres, era un sábado ese 30 de abril, y estaba todo cerrado, la Casa de Gobierno, el Ministerio de Economía. Toda la parte que más mueve gente en la plaza estaba cerrada. Entonces, se propuso cambiar el día y, bueno, después empezamos ya viernes y después jueves. Desde ese momento, de 1530 a 1600, para que esa hora de más flujo de gente fuéramos más vistas y pudiéramos expresar toda nuestra angustia y nuestra desesperación por la falta de nuestros hijos".
La incansable Hebe de Bonafini recordaba en la charla cómo se dio el encuentro entre las 14 madres, "nos empezamos a ver y a encontrar en los mismos lugares porque íbamos todas al mismo lado, al Ministerio del Interior, a la Policía, al Ejército, a la Iglesia, a los sindicatos, a donde había algún policía conocido -que siempre alguna tenía un policía conocido o familiar-. Desgraciadamente los jueces nos decían, señora su hijo se fue con otra mujer, no los busque. La Iglesia nos decía, recen". Compartió una conversación de Azucena con las restantes madres, "che, basta, vamos a la Plaza (la Plaza de Mayo), hagamos una carta para Videla, para ver qué nos dice, dónde están nuestros hijos".
A la primera caminata, le siguió una segunda, vino luego la tercera y así sucesivamente.... primero los viernes por la tarde, posteriormente pasó a los jueves y se mantuvo así jueves tras jueves hasta la actualidad, con reclamos diferentes frente a los diferentes contextos políticos vividos. Sin dudas, el movimiento de las Madres debió sortear un durísimo golpe, el secuestro y la desaparición de varias integrantes a partir una oscura figura del régimen militar que tenía el apodo del "Ángel Rubio", quien logró infiltrarse entre las madres y producir uno de los hechos más trágicos de esa época de terror, que se conoció como "el secuestro en la Iglesia Santa Cruz".
Las primeras caminatas, el secuestro a las madres fundadoras
El relato de los hechos, en la voz de Hebe Pastor de Bonafini emocionó al cronista por la crudeza de la historia y por lo que se significó ese hecho, la desaparición de tres madres a manos de un oficial de marina que, en pleno inicio del conflicto militar con la Gran Bretaña tras la ocupación de las Malvinas, ese uniformado se rindió ante los británicos sin disparar un solo tiro, sin ofrecer ninguna resistencia armada. La propia figura de Hebe pareció adquirir una dimensión diferente, con los dientes y puños apretados y sin los anteojos que dejaron ver el rostro curtido por los años de luchas, de peleas, y unas lágrimas en sus ojos que impactaron a los presentes. "Llevamos esa carta que nunca tuvo respuesta, y se infiltró el capitán de la Marina Alfredo Astíz a nuestro movimiento entre el 8 y el 10 de diciembre del año que nos formamos -fue el 30 de abril que fuimos por primera vez, del ´77-. Entre el 8 y el 10 de diciembre del mismo año se llevaron a tres de las mejores compañeras".
¿Por qué se llevaron a esas madres? ¿Quiénes eran esas madres que Astíz marcó a una de las patotas de la Armada para su secuestro en la puerta de la Iglesia Santa Cruz? Hebe hizo una crónica pormenorizada, con todo el lujo de los detalles. "Azucena Villaflor de De Vicenti -que era la creadora del movimiento, la que dijo vamos-, era una mujer que sabía mucho de política, que había sido sindicalista; ella había estado en su trabajo, trabajaba en una empresa, era sindicalista; Ester de Cariaga, era una mujer que venía huyendo de la dictadura paraguaya y cuando llegó acá le secuestraron a la hija. Esther sabía muchísimo, era una revolucionaria que tenía conceptos muy claros. Y Mary Ponce, que trabajaba en la base de la Iglesia. O sea, que eran las tres madres, que eran en las que nos apoyábamos nosotras porque salir de la cocina a la calle a buscar a los hijos -cuando casi no sabés escribir, porque si escribís no leés, si leés no escribís o no escuchás-, es muy complicado. Yo siempre digo que cuando te llevan los hijos tenés dos soledades, la soledad de la falta de los hijos y la soledad de la ignorancia, que no sabés cómo dirigirte a nadie, cómo hacer una carta, qué es una entrevista".
Con su diminuta figura, pero con la fuerza que emana de su corazón, Nora de Cortiñas se agiganta en el centro de la mesa. Ella le contó al periodista acerca del momento en que el "Angel Rubio" se infiltró en el movimiento de las madres. "En ese año, 1977, para el mes de junio -más o menos- ya éramos un grupo de madres -de más de 50 madres-, apareció este hombre joven metiéndose así abruptamente entre nosotras. Azucena, que era muy madraza y una mujer muy vital, enseguida le preguntó qué hacía en la plaza, que era joven, que se fuera, que nosotras no queríamos que vinieran los jóvenes a la plaza. Él dijo que tenía un hermano desaparecido y que se llamaba Gustavo Niño, que él quería presentar alguna documentación, un testimonio, y empezó a venir los jueves. Cruzaba abruptamente a la plaza y Azucena le decía mirá, esperá en la esquina de la Municipalidad, no cruces que no queremos que te vean y pases peligro".
Nora, con la bronca a flor de piel, contaba los hechos como si hubieran ocurrido minutos atrás. "Él decía, no, no porque yo quiero venir a la plaza, porque mis padres no saben nada, viven en Mar del Plata". Hasta se permitió hacer una autocrítica, "nosotras éramos muy ingenuas -siempre seguimos siendo un poquito ingenuas-, siempre seguimos manteniendo un poco esa creencia de que la gente que se arrima pueda venir realmente por solidaridad. A veces se acercan para escuchar que hablamos. Por ejemplo, en la plaza, ya no tanto, pero muchos años los servicios (de inteligencia) se arrimaban, paraban la oreja y nosotros decíamos, mirá, éste está parando la oreja por un sueldito miserable, éste es un alcahuete, ¿viste?, -decíamos así-. Pero la verdad que en ese momento no pensamos ni remotamente que podía ser un delincuente genocida. Así, él empezó a aparecer así en la plaza y empezó a tomar contacto con distintas personas que venían a acompañarnos y algunas directamente afectadas, como el caso de Remo Berardo, de Esther Balestrino de Cariaga, Mary Ponce de Bianco".
Rememoró que "también venían las dos monjas francesas Renee Leonie Duquet y Alice Domon, que eran dos religiosas misioneras que habían venido a la Argentina en la década del sesenta -al final del sesenta-, para hacer un trabajo de solidaridad con las ligas agrarias -la gente del campo-. Ayudaban, iban a trabajar a villas, estas villas de emergencia -esos barrios muy pobres-. Ellas, por la propia razón de ser de misioneras, las hacían que fueran a ayudar a la gente. Como de allí, del Chaco, donde ellas habían ido a hacer su trabajo de misión, habían sido perseguidas, se habían venido para acá para Buenos Aires. Habían empezado a venir en la plaza y colaboraban mucho yendo a visitar familias muy pobres a las que ellas haciendo colectas, le llevaban azúcar, leche en polvo, yerba, arroz, fideos para que esta gente tan pobre tuviera para darle de comer a los chiquitos".
Madres y monjas secuestradas: el episodio de la Santa Cruz
A esa altura de la conversación la densidad de la historia adquiría una crudeza difícil de digerir, difícil de asimilar. "Así se fue metiendo Astíz sabiendo la actuación de cada una de las que estaban en la plaza, especialmente de Azucena que era una madre líder natural, una mujer que había sido sindicalista y tenía todo ella su carisma de una persona luchadora ya de por sí". Y agregó Nora, "quería agregar que, además, todo lo de la plaza fue muy visceral; fue un ir a la plaza por un sentimiento que nos nacía de adentro. Se habían llevado a nuestros hijos y nos sentíamos, como nos sentimos hasta este momento, amputadas". Con los ojos húmedos de la emoción ante la intensidad de la historia que ella fue testigo, dijo que "nos sacaron una parte de nuestro cuerpo, algo que queda sangrando. Y toda esta lucha determinó que el dolor -mejor dicho-, se transformara en esta lucha que llevamos tratando de transformar ese dolor para tener mucha claridad también política, aunque no es partidismo".
"Pasó el tiempo, cuando se fue acercando la fecha, Astíz ya había logrado hacer amistad con algunas de las personas que iban a la plaza. Y, además, en ese momento nos prestaban en una iglesia (la Iglesia de la Santa Cruz) una salita para reuniones de la gente -que además de la plaza- quería estar bajo techo; había un grupo de familiares que se juntaban allí". El horror de lo vivido en esa negra jornada permanece vivo en la memoria de Nora de Cortiñas. "Llegó el día de terminar de juntar dinero para la solicitada. Nos fuimos separando ese 8 de diciembre en distintos grupos y un grupo de madres fue a la Iglesia de Santa Cruz a encontrarse con esta gente que se reunía allí para que le dieran los nombres y el dinero que faltaba. Llegó Astíz a esa reunión, sacó de su bolsillo un peso, en ese momento era de papel y mostrándolo dijo ven yo no puedo pagar hoy porque no tengo más que esto, así fue señalando a la gente que tenía que ser secuestrada".
Si hasta aquí estremeció el testimonio de Nora, el momento del secuestro de las tres fundadoras de Madres de Plaza de Mayo se convirtió en una pesadilla que aún acompaña a esta madre insignia de numerosas luchas sociales. "Desde las ventanas de ese saloncito estaban espiando la patota de los servicios de las Fuerzas Armadas y cuando se terminó la reunión, estaban esperando en los jardines de la Iglesia de la Santa Cruz -que tiene unos jardines que llevan a ese lugar, que es la parte de administración de la iglesia-. La iglesia estaba muy llena porque era el día de la Virgen María y ellos actuaron muy rápidamente empujando a los que nos iban a llevar diciendo que era un operativo por drogas". Y prosiguió con la narración, "así arrastraron a la gente, se llevaron a la gente que él había marcado con anterioridad. Quedó Azucena, la monja Leonie Duquet y Remo Berardo. Ese día no estaban allí. Fueron secuestradas el día 10 de diciembre, cada una de distinto lugar. Azucena cuando iba a comprar el diario, Remo de su estudio donde él era pintor plástico y la otra monja, Leonie Duquet, de la Iglesia de San Pablo en Ramos Mejía, que es donde vivían ellas en ese momento".
"Empezamos la búsqueda terrible para encontrarlos también a ellos. A los pocos días apareció en el diario La Nación una foto de las dos monjas con visibles muestras de tortura y con un cartel detrás que decía Montoneros, haciéndole creer a la población que la habían secuestrado los montoneros. Desde ese momento no supimos más nada tampoco de ellos, así que seguimos, seguimos el primer jueves después de ese gran secuestro nos costó mucho volver a la plaza, todavía se lo vio una vez más a Astíz y después se fue para Francia donde se infiltró en otro grupo de familiares que trabajaban allí en París. Seguimos yendo, siguió creciendo nuestro grupo", señaló Nora.
Hebe de Bonafini le contó a este cronista que las madres tenían miedo de volver a la plaza, estaban presas de terror, pero al mismo tiempo sabían que sus hijos, esposos y familiares secuestrados permanecían como desaparecidos y algo debían hacer para saber la verdad, para conocer el paradero de sus seres queridos. "Eso causó una deserción total, nadie quería volver a la Plaza. Basta, nos van a matar a todas, dijeron algunas madres, y un pequeño grupo dijimos, tenemos que seguir porque ahora faltan estas madres, ahora son ellas a las que tenemos que defender. Así, el movimiento volvió a empezar, volvimos a ir casa por casa, madre por madre a que volviera a la Plaza, nos llevaban presas cada jueves, nos decían las locas porque nos llevaban presas y volvíamos. Y poco a poco nos fue conociendo el mundo".
La incansable Hebe de Bonafini se explayó sobre cómo se divulgó en el exterior el terror que se vivía en la Argentina, "el mundo nos conoció con el Mundial '78, los holandeses en vez de pasar en el inicio del Mundial conocieron a las Madres. El Mundial empezó un jueves, entonces los holandeses nos vieron a las madres caminando. Holanda nos conoció. Fueron las primeras mujeres, 33 mujeres holandesas que se unieron en apoyo a las madres, que formaron un grupo y nos mandaron a decir que si necesitábamos algo". Nora de Cortiñas, como si se hubiera puesto de acuerdo con Hebe, afirmó que "empezamos a viajar también para llevar nuestra denuncia al exterior ayudados por Amnistía Internacional, por grupos de la Iglesia Reformada Holandesa y por grupos de exiliados que habían trabajado en otros países, las mujeres de Holanda, Suecia. Se fueron haciendo grupos de apoyo que nos invitaban, nos pagaban los pasajes y así podíamos viajar".
Con un dejo de decepción, Nora comentó que "siempre la pregunta era de dónde sacamos las madres el dinero para viajar, si no nos invitan y nos pagan los pasajes, y la estadía y la comida honestamente no podemos salir a andar por el mundo. Pero, siempre encontramos solidaridad y siempre pudimos ir a denunciar a organizaciones internacionales, a Amnistía, a la Cruz Roja Internacional. Siempre pudimos hacer nuestras caminatas por el mundo a través de la solidaridad internacional". Dejó una frase que al cronista le quedó grabada en la memoria, "las madres no nos dábamos cuenta de que nuestra actitud, además de visceral, se transformó en una actitud política que durante los años de la dictadura militar fue la única expresión en la calle enfrentando a esa dictadura militar".
Las Madres, su lucha en el tiempo
En democracia, las Madres nunca dejaron de reclamar por la suerte de los 30.000 detenidos desaparecidos y siempre lo hicieron en sus rondas alrededor de la Pirámide en la histórica Plaza de Mayo. Lo hicieron en la restauración de la democracia y en esos primeros años de la presidencia de Raúl Alfonsín, con la apertura de causas judiciales, y de una política que tuvo idas y vueltas, desde el emblemático juicio a las Juntas Militares hasta las claudicantes leyes de la impunidad (Punto Final y Obediencia Debida) tras los levantamientos militares carapintadas. En otros momentos, de verdadera resistencia, como sucedió en los difíciles años del menemismo con los indultos y la cerrazón judicial a todos los reclamos de los familiares y de las organizaciones de derechos humanos.
Hubo un tiempo en que las exigencias de Madres resultaron más cercanas con el tiempo político, como lo fue durante las presidencias de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández, con políticas estatales en materia de derechos humanos que permitieron que se multiplicaran los juicios por crímenes de lesa humanidad. La declaración de inconstitucionalidad de las leyes de impunidad por parte de la Corte Suprema de Justicia, en 2005, disparó en todo el país la sustanciación de juicios penales con todas las garantías para la defensa de los imputados, aunque no siempre se contó con la convicción de jueces y fiscales a la hora de impartir justicia, de investigar el terrorismo de Estado. Así, se alcanzaron condenas a 968 acusados y 156 absoluciones, mientras que 637 acusados están procesados, 544 imputados y 28 aún permanecen como prófugos de la justicia.
Y, en los últimos cuatro años, la lucha de Madres se volvió cuesta arriba, a partir de la avanzada edad de sus integrantes y una sucesión de espacios vacíos. La posta la tomaron los nietos, esos nietos recuperados que fueron sumando a sus hijos. Durante la presidencia de Macri, la política estatal se basó en el negacionismo del pasado, se quiso poner en tela de juicio el símbolo de los 30.000. El Estado se corrió de la escena judicial, además de practicar la desfinanciaron todos los programas y de los espacios de memoria.
La respuesta fue, una vez más, la movilización callejera. Concentraciones multitudinarias que nunca tuvieron espacio en los grandes medios, sólo pudieron dar a luz en las redes sociales y en algunos espacios de comunicación alternativa. Demasiado poco frente al intento de los medios monopólicos de construcción de una realidad diferente a la de las calles.
Una sociedad que se vio impactada por el relato de un gobierno que construyó su propia verdad pues tuvo a su disposición a un poderoso entramado mediático para la difusión de una realidad diseñada para poner en marcha su proyecto económico de corte neoliberal, "haciendo lo que hay que hacer". Una realidad que fue definida como posverdad, como la posrealidad.
Las Madres, con sus ausencias a cuesta, una vez más se ubicaron en la primera línea de rechazo a un relato que nunca pudo con la Memoria del Nunca Más instalada en la sociedad, en las organizaciones políticas y sociales, en sus grupos de apoyo y en una ciudadanía nutrida de un inusitado número de jóvenes y adolescentes que desafió al discurso oficial con permanentes reclamos de verdad y de justicia, como se dio en cada conmemoración del 24 de Marzo. La vuelta del peronismo a la Casa Rosada con Alberto Fernández como presidente y con Cristina Fernández como vicepresidenta, generó nuevas expectativas ante la agenda de derechos humanos y de un claro repudio a la dictadura.
Las "Locas de la Plaza", como las definiera un conocido represor de esos años de terror, esos pañuelos blancos caminaron por las redes esta vez, y no estuvieron solas. Las Madres nunca caminaron solas, desde aquel 30 de abril de 1997 lo hicieron jueves tras jueves hasta el presente, pero en estos tiempos de cuarentena lo hicieron en forma virtual para decir ¡30.000 detenidos desaparecidos presentes!
Claudio Morales*
*Periodista. Corresponsal, Colaborador y Productor Periodístico de medios de comunicación argentinos y del exterior. Director fundador del Grupo Pasteur, primer colectivo multimedia cultural-educativo juvenil de la Argentina.